Procesando procesos - Ahora o nunca - Amor - Equivocaciones - 9 de julio de 2022 - Imagina - Códigos - Dueño de ti mismo - La ley del equilibrio - ...
Procesando procesos.
Te estás deshidratando.
Necesitas hidratarte.
Cada una de estas dos frases hace referencia a un proceso, que es justo la antítesis del otro. Aun así, ambos están tan indisolublemente unidos, que se necesitan el uno al otro para existir. Es lo que tienen los opuestos.
Si te estás deshidratando, necesitarás hidratarte. De cajón. No es posible lo uno sin lo otro. Van juntos, como la nieve y el frío, Ortega y Gasset, la Guardia Civil, o el amor con minúsculas y el odio.
El animal no siente la necesidad de hidratarse, si no es por estar deshidratándose. Cuanto más de uno, más del otro. Son opuestos y por eso están uno a cada lado del cero. Así, aunque sean dos, siguen siendo uno. Como la barra en equilibrio, que por ser una, para bajar uno de sus dos extremos, necesita subir el otro.
Cuanto más deshidratado estés, más necesidad tendrás de hidratarte. O si lo prefieres, si tienes necesidad de hidratarte, es porque te estás deshidratando. Necesitas hidratarte para acabar con la deshidratación, conseguir que los opuestos se equilibren para evitar su manifestación. Cuando los opuestos se equilibran, se integran. Entonces es cuando deja de haber exceso de… o déficit de…
Ahora, quien pueda que recuerde la última vez que se encontró con alguien deshidratado ¿Qué le dijimos, si es que le dijimos algo? ¿Que se estaba deshidratando, o que necesitaba hidratarse? Y si nos lo dicen a nosotros ¿Qué efecto causa cada una de las dos frases? ¿Es el mismo, o es diferente? ¿Y si la hubiera o hubiese, cuál sería la diferencia? Y en su caso ¿Cuál nos gusta más?
He aquí otra prueba de la utilidad de prestar atención a lo que decimos, cuidar nuestras palabras, ya que aquello que hagamos, por insignificante que pueda parecer lo cometido, siempre tendrá consecuencias. Así lo entendió Sir Isaac Newton, cuando formuló la tercera ley de la termodinámica.
Ahora bien, a efectos prácticos, no causa el mismo efecto que te digan que te estás deshidratando, o que te digan que necesitas hidratarte; que te digan que pareces deshidratado, por lo que te convendría beber mucha agua, también es diferente. Una frase identifica un problema, otra una solución y la tercera, problema y solución juntos. Teoría y Práctica a la vez. Integradas. Juntas, como la nieve y el frío, Ortega y Gasset, la Guardia Civil, o el amor con minúsculas y el odio. Así funcionan los procesos de Integración.
Ahora o nunca.
Existes. Eres. Lo sabes porque tienes conciencia de ti mismo, de tu existencia. Eres. Estás aquí y tienes conciencia de ello. Lo sabes porque lo estás viviendo. Existes. Hoy existes. Mañana ya veremos, pero hoy estás. Eres tú. Diferente de todo lo demás, aunque seas lo mismo. Sea como fuere, tú eres tú, un ente individual, un individuo. Y si eres, es que fuiste, y lo que fuiste, aun siendo tú, ya no es lo que eres.
El pasado, de donde vienes, puede parecer algo atractivo si lo vives como una oportunidad para aprender, algo divertido para satisfacer la curiosidad, o cualquier otra cosa que quieras poner aquí. Sea cual sea el enunciado elegido, ese pasado ya se fue y jamás volverá. Tú podrás volver a él, pero él jamás volverá a ti.
Pasado, presente, futuro. Los tiempos verbales de cualquier lenguaje, nombran acontecimientos del mundo real y en el caso del futuro, lo que se nombra es lo que está por venir, pendiente de ocurrir, lo que el desarrollo de los acontecimientos acabe determinando que ocurra, el tiempo venidero… por lo que suele asociarse al progreso, al movimiento hacia adelante, pero jamás pasará de ahí. Nunca se hará presente, porque si lo hiciese, dejaría de ser futuro. El futuro está más allá del presente, y si quiere seguir siendo futuro, tendrá que seguir manteniéndose alejado del presente.
El presente es donde estamos. Es aquí y ahora donde estás. Ayer estuviste en otro sitio diferente, aunque pueda ser el mismo de hoy, y también será distinto de donde estarás mañana. Por ello, la única posibilidad de intervención como agentes de cambio, que hoy por hoy tenemos el común de los mortales, es ahora. Ahora o nunca.
Amor.
Amor con mayúscula. No ese otro con minúscula, cuyo significado ha sido confundido, hasta el punto de llegar a identificarlo con el sexo. Hablemos de ese Amor con mayúscula, ese que todo el mundo sabe reconocer.
¿Alguna vez has hecho referencia a ese Amor, hablando con alguien, aun cuando ese alguien haya podido ser un perfecto desconocido, y no te ha entendido a la primera? Pues ese Amor es lo que hace que las estrellas estén donde están y que las partículas subatómicas puedan estar en todos sitios al mismo tiempo, aunque sea dentro de unos límites.
Ese Amor es lo que nos mantiene vivos. Es nuestro Creador y está en la esencia de todo lo creado, y nosotros, como parte de esa creación, también estamos hechos de, para y por Amor, aunque podamos vivir rodeados de desamor. Y puede que hasta de odio, una de las expresiones más extremas del desamor. Amor y odio pueden presentarse entonces, en el mundo dual, aparentando estar en conflicto permanente, cuando lo cierto es que se necesitan el uno al otro. Pero no es precisamente el Amor con mayúsculas, quien puede estar en conflicto con el odio, sino el amor con minúscula, ese amor que, para poder manifestarse en un mundo dual, necesitará de su opuesto, hasta que logre trascender esa dualidad. Hasta entonces, no podrá haber amor sin odio y viceversa.
Por contra, donde hay Amor, no cabe el odio, porque para que el Amor se manifieste sin barreras, es preciso que los opuestos hayan sido trascendidos. Y con ellos el odio, tanto como el amor.
La buena noticia es que, si las fórmulas mágicas existen, hay una para conseguirlo más rápidamente, si bien nuca a la primera. Además, es bien sencilla de aplicar. Consiste simplemente en practicar el Amor a conciencia. Cuanto más Amor pongamos en el mundo, más amoroso lo estaremos haciendo.
A modo de ejercicio gimnástico para los músculos de nuestra conciencia, una práctica que puede resultar muy eficaz a medio plazo, es la que sugiere el método Que, Desde donde, Alternativa. Consiste en repasar mentalmente los acontecimientos más relevantes del día y hacerles la prueba del Amor, una vez en la cama y dispuestos para el sueño. Primero repasa tu comportamiento ¿Cómo te comportaste? ¿Qué fue lo que hiciste? ¿Cómo afectó a los demás? Después pregúntate desde donde hiciste lo que hiciste ¿Te guió el Amor, el odio, la venganza, la ambición, o fue cualquier otra cosa? Finalmente, busca que otra cosa podrías haber hecho, mejor que la que hiciste, y trata de imaginar qué podría haber pasado si hubieses dado esa otra respuesta Alternativa, si hubieses hecho esa otra cosa, en vez de lo que hiciste ¿Qué hubiera podido pasar si hubieses actuado desde el Amor? ¿Cómo y en qué cambiaría la situación para todos los implicados?
Puedes equivocarte en cualquier momento y con cualquier cosa.
Que los antiguos egipcios jugasen a las muñequitas con la muerte, hoy puede resultarnos gracioso, pero en aquellos entonces se lo tomaban muy en serio, a juzgar por lo que podemos deducir de las estupendas colecciones de muñecos encontradas en sus tumbas. Asunto este que parece universal y atemporal, ya que hemos encontrado colecciones no menos magníficas que las egipcias, en tumbas repartidas por todo el mundo y pertenecientes a épocas muy diferentes, mereciendo mención especial la del chino Qin Shi Huangdi.
Hoy nos puede parecer una inocente equivocación infantil, creer que tus muñecos cobrarán vida tras tu muerte, para servirte y protegerte en el más allá y sin embargo, la historia está repleta de equivocaciones, algunas de ellas con nefastas consecuencias. Verbigracia: humorismo, terraplanismo, geocentrismo, fascismo, comunismo y un contumaz negativismo.
La equivocación, el error, son consustanciales a la vida, equipamiento de serie, porque son necesarios para el progreso. Precisamente, la toma de conciencia de su necesidad, es otra manifestación más de la perfección del diseño universal, que hace posible la evolución de la creación ¿Cómo corregir un error, si no se tiene conciencia de él?
Es la toma de conciencia de nuestros errores, lo que nos abre la puerta del progreso, con la oportunidad de corregirlos. Cuando triunfamos, cuando tenemos éxito, es porque lo hemos hecho bien, evidencia de que hemos sabido hacerlo. Por contra, es el fracaso, la equivocación, el error, quien nos informa de que aun nos queda algo por aprender sobre ese asunto, sea cual sea el asunto que nos ocupe.
Aun así ¿quién no ha considerado alguna vez al error algo deleznable, inaceptable, hasta el punto de estigmatizar a quienes lo cometen a menudo, cuando nadie está liberado de su comisión? Cada uno de nosotros se ha equivocado ya en muy numerosas ocasiones y es muy probable que sigamos haciéndolo.
También puede que alguna vez, al pensar en la posibilidad de equivocarnos, nos haya parecido una de las peores cosas que podemos hacer, a pesar de cometerlos sin parar. Una y otra vez ¿Cómo entonces, enfadarnos con el prójimo por hacer lo mismo que hacemos nosotros?
Afortunadamente,
no
podemos dejar de equivocarnos, todavía, pero puede que llegue un día en
el que
no necesitemos hacerlo. Hasta entonces, el error puede seguir sirviendo
como una alarma, el anuncio de que nos ha tocado un premio: darnos
cuenta, tomar
conciencia de que hemos cometido un error y con ello descubrir un
nuevo horizonte de posibilidades y aprendizajes, rebosante de sorpresas, antes oculto por
el velo de nuestra ignorancia y que ahora se desvela antre nuestras propias
narices. Donde siempre estuvo, aunque no lo hayamos sabido hasta ahora.
Por
el momento, el común de los mortales seguiremos
pudiendo equivocarnos en cualquier momento y con cualquier cosa, pero
deberíamos alegrarnos al comprobarnos capaces de tomar conciencia de las equivocaciones, en vez
de flagelarnos por ello... o flagelar a los demás, porque no es por eso, por lo que nos entran las ganas de flagelar, sino por la manifestación del error. Por la equivocación como tal. Por estar equivocados.
Hasta aquí la explicitación de la evidencia. Más allá, puede que no sepamos muy bien lo que hay. Ni tan siquiera si hay algo, pero si lo hay, merecerá la pena reconocerlo. Aunque solo fuera porque ahora delata nuestra ignorancia, además de que, teniendo en cuenta que estamos tratando con creencias, si pedimos ayuda a las matemáticas, estas nos informarán de que la posibilidad de su existencia, goza de la misma probabilidad que la de su no existencia, por lo que no es de extrañar que, puestos a elegir, a alguien le pueda parecer la opción afirmativa, mejor que la negativa. No obstante, aún mejor, las dos a la vez. Integrando, para poder trascender.
9 de julio de 2022.
Se nos vende la democracia como la mejor forma de gobierno posible, cuando no hay forma de gobierno amable para la mayoría. Democracia, tiranía, reinado… Todas ellas diferentes formas de gobierno, pero ¿has pensado alguna vez para qué puñetas necesitas tú un gobierno, si no formas parte de ninguna élite?
Al hacer esta pregunta, es fácil escuchar respuestas como "¡si no tuviéramos gobierno, sería la anarquía!" Si fuera esa anarquía en la que piensan quienes así responden, sería tan deleznable como cualquier gobierno, pero no tenemos por que movernos de un extremo al otro. Podemos quedarnos en el medio, que es el punto donde suele encontrarse el equilibrio.
Probablemente estemos de acuerdo en juzgar desagradable, tanto que los intencionadamente llamados grupos de poder te usen como ganado, como que te apuñale un vecino por aquello del todo vale, pero eso no hace necesarios a ningún gobierno y mucho menos a la anarquía mal entendida. En ambos casos, falta aquello que se necesita para una convivencia armoniosa, en la que todos nos cuidemos los unos a los otros: Amor.
La corrupción inherente a toda estructura de poder, tanto como el nepotismo, la hipocresía, o la prevaricación, son consustanciales a todos los gobiernos, con independencia de cuál sea su carácter, porque en su razón de ser, en su origen, no hay Amor. Antes bien, encontramos una ambición desmedida y un egoísmo generadores de la necesidad de control sobre la población, para la consecución de un bien que se nos dice común, pero del que no se dice que la comunidad a la que beneficia, está formada por tan solo unos pocos. Unos pocos a los que, por cierto, somos nosotros quienes les permitimos ejercer ese poder, a cambio, se supone, de que ellos se encarguen de velar por nuestro bienestar. Delegamos nuestro poder y al hacerlo, hacemos posible que los ahora poderosos y antes tan solo ambiciosos, se lo apropien para usarlo en su provecho.
Necesitamos dejar de esperar que alguna especie de mesías venga a solucionar nuestros problemas, porque haciéndolo así, nos arriesgamos a que cualquiera pueda decidir tomarse la justicia por su mano y legalizar la explotación de quien sea, o de lo que sea, por quien sea. Si así lo hace, es porque puede y puede porque los demás se lo permitimos, ya sea legitimando su abuso con nuestra colaboración, o con nuestra inacción.
Tú no necesitas que nadie te diga lo que tienes que hacer, porque ya lo sabes. Después, una vez hecho lo hecho y aprendido algo más de lo que sabías entonces, incluso podrás llegar a arrepentirte, como ya te ha pasado otras muchas veces. Pero en aquel entonces, sabías lo que tenías que hacer y lo hiciste. Ahora sabes que estabas equivocado, pero entonces no sabías lo que sabes ahora, y lo que sabes ahora siempre será menos que lo que sabrás de aquí a un rato. Al acabar de leer esto, por ejemplo y por poner un pequeño margen de tiempo, aceptable para cualquier lector.
Si de verdad quieres asegurarte una solución válida para tus problemas, lo mejor que puedes hacer es buscarla por tus propios medios. Nadie te conoce como tu. Tú deberías ser el mejor candidato para ti, en cualquier cosa que te afecte. El mejor amigo, el mejor entrenador, el mejor jefe, el mejor vigilante, el mejor guardián, el mejor… Nadie sabe de ti como tú mismo. Cuando se trata de ti, de tus asuntos, de lo que de verdad te importa, sea lo que sea ¿vas a dejar que otro lo haga por ti? Aun cuando ese otro pueda poner su máximo interés y cuidado, nunca lo hará como tú y todo esto en el supuesto caso de que sus intenciones sean buenas, porque si no lo son, las consecuencias pueden ser catastróficas.
Necesitamos empezar a tomar el control de nuestras vidas, para lo cual no necesitamos a nadie más que a nosotros mismos. Y esto no tiene nada que ver con el desorden y el libertinaje, sino con trascender una sociedad en la que se valora al otro por el rendimiento que se puede obtener de él, su rentabilidad, para transformarla en otra en la que el objetivo sea facilitar la evolución integral de cada cual, de todos y cada uno, en armonía con todo lo que nos rodea, tanto por fuera, como por dentro. La vuelta a los Consejos de Sabios, tradicionales en las pocas comunidades que aun quedan viviendo en armonía con su entorno, sigue siendo posible si se los sabe adaptar a los nuevos tiempos.
La ley del equilibrio.
El
mundo ama el equilibrio, por lo que se ve irremediablemente abocado a su
búsqueda permanente y cuando lo encuentra, se para. Lo
equilibrado aparenta no moverse. Puede moverse el Universo, pero el equilibrado
se mantendrá aparentemente quieto, aunque flexible, siendo precisamente esa
flexibilidad lo que le permitirá conservar el equilibrio mientras el
movimiento le rodea, dejándose llevar por él. Si por el camino se desequilibra, volverá a poner en marcha los recursos necesarios para
conocer y comprender lo que quiera que sea que se encuentre. Vivirá nuevas experiencias, quizás
algunas emocionantes, conocerá aspectos insospechados de la realidad y cosas
que, desde aquí, no podemos ni imaginar. Luego, integrará todos esos nuevos aprendizajes
y después, seguirá trascendiendo hasta alcanzar el Absoluto. Pero por el camino, perderá el equilibrio más de una vez, ya que este no es estático, sino dinámico. A nuestro nivel, es más propio decir que se va estando, que decir que se está.
Ahora
bien, cierto es que lo equilibrado, si lo está, es porque se mantiene equidistante de los extremos. De no ser así, el equilibrio se romperá, dejando su sitio al desequilibrio. Podemos representarlo gráficamente utilizando la metáfora de la
balanza, la cual alcanza el punto de equilibrio cuando uno de sus extremos pesa
tanto como el otro. Por eso es que, para que haya equilibrio, podemos mostrar nuestro lado más luminoso y admirable en uno de los platos de balanza, tanto como ese otro oscuro y
vergonzante en el otro plato. Cuando haya desequilibrio, será precisamente ese amor por el
equilibrio, lo que nos empuje irremediablemente a todos y a todo con la misma potencia, la
máxima que cada cual pueda digerir, hasta recuperarlo.
En consecuencia, si de alguien nos parece que su carácter, sus actos, sus creencias, su apariencia física, o cualquier otra característica suya actual, es deleznable, odiosa, despreciable, malvada, o cualquier otro calificativo que queramos poner aquí y que nos resulte poco deseable, bien podremos entonces recordar, las veces que nosotros mismos nos hemos comportado de manera deleznable, odiosa, despreciable, malvada, o aquellas otras barbaridades que hayamos cometido bajo la losa de una ignorancia, que nos mantenía en la oscuridad. Tal y como nos pasaba cuando éramos más oscuros todavía y como nos seguirá pasando a lo largo del transcurso de nuestro propio desarrollo, hasta llegar a trascender la dualidad.
Hasta entonces, es fácil que a más de uno, toda ayuda recibida nos parezca poca, para sacar a la luz más fácilmente ese lado luminoso y admirable que todos llevamos dentro, antes que ese otro que nos parece tan oscuro y vergonzante.
En el mundo dual no puede haber un más sin un menos, como tampoco un mal sin un bien, ni una acción sin su reacción correspondiente. Aquí, toda luz puede generar una sombra, que será más intensa cuanto más lo sea la luz que la hace posible. Así pues, cuando nos encontremos con el lado oscuro de algo, o de alguien, convendría recordar que esas sombras son generadas por una luz, de idéntica intensidad a la oscuridad que apreciamos, aunque contraria. Si ese alguien es capaz de mostrarnos un lado oscuro tan intenso, es porque también tiene un lado luminoso, capaz de mostrarse con exactamente la misma intensidad. Y viceversa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario