Alocución a mis antepasados desde el S. XXVII:
Tengo que daros una gran noticia: Por fin,
después de siglos de intenso trabajo, los que habían venido siendo eternos
malos compañeros de la Humanidad, llegado este tiempo, han sido vencidos.
La IGNORANCIA ha quedado reducida a la etapa
infantil, en la que se reciben los fundamentos de lo que se pretende sea
después una mente racional y equilibrada. Como consecuencia, no es preciso ya
practicar el llamado “arte del disimulo” para tratar, las más de las veces, de
conseguir aquello que en la rectitud y honestidad no sería posible, y las cosas
se exponen, explican, o comentan con total sinceridad por todos y en todas
partes y ocasión. Podemos decir por ello que la HIPOCRESÍA es cosa del pasado.
La AMBICIÓN ha sido también dominada. Nadie
entiende ya que sea necesario atesorar dinero, ni objetos o cosas materiales,
que no sirvan precisamente para satisfacer las necesidades normales de una vida
satisfactoria y acorde con la razón, donde se posea lo necesario para vivir con
decoro, pero sin excesos.
Por ello y como consecuencia de una meritoria
y larguísima tarea, realizada por una serie de generaciones de antepasados
nuestros, y que la generación que nos precedió y la nuestra han podido
culminar, el panorama social es, sin pretender agotar la relación de datos, la
siguiente:
Las supersticiones desaparecieron y con ellas
las creencias fanáticas que dieron lugar a tantísimo sufrimiento y atropello.
Hoy esa cuestión se reduce a seguir buscando, por procedimientos que la Ciencia
nos brinda, y con la ayuda de la espiritualidad bien entendida, la respuesta a
determinadas cuestiones que están en el Cosmos y en la Energía primigenia y, en
consecuencia, más allá de nuestras posibilidades actuales, según el nivel que
alcanzó la tecnología y el conocimiento hasta nuestros días y que no es
suficiente como para ayudarnos a encontrar respuesta adecuada e indiscutible a
esas preguntas.
Por tanto, las contiendas religiosas
perdieron su razón de ser. Aquellas guerras de religión que perduraron hasta más
allá del siglo XXI, en el que el Islam y el Cristianismo protagonizaron la más
absurda de todas ellas, dada la época, han quedado ya solo en el recuerdo y en
los libros de Historia. Nadie es hoy señalado con el dedo, ni objeto de miradas
de desaprobación por sus creencias espirituales, que quedan absolutamente
reservadas para el más estricto ámbito personal y de las que ninguno hace
ostentación ni comenta en público, por el respeto que le merecen las que puedan
tener los demás.
Las jerarquías de esas instituciones de las
antiguas creencias, generalizadas en determinadas zonas geográficas, que tan
impúdicamente alardeaban con insultantes lujos de su poder económico y social,
son hoy otro poco edificante recuerdo, relegado también a la historia y al
pasado. Sus influencias descaradas, y hasta ingerencias en las instituciones
políticas de los Estados entonces existentes, ya no pueden darse de ninguna
manera porque tales instituciones jerárquicas desaparecieron tiempo ha, dando
paso a una nueva forma de entender su acción, totalmente razonable y acorde con
la mentalidad de los ciudadanos del mundo de hoy.
Los Bancos tradicionales y las entidades
financieras, agiotistas y deshumanizadas, en su afán por ganancias incesantes y
cada vez mayores, quedaron también como otro mal recuerdo en la memoria
colectiva. En el plano internacional ya no es necesaria la intervención privada
de las entidades financieras. El
organismo supranacional creado al efecto, vela y se encarga de atender y
equilibrar las necesidades que, eventualmente, por catástrofes naturales u
otras circunstancias, puedan tener determinadas naciones. Ahora, desde hace
mucho tiempo, como todos sabemos, la agrupación de antiguos países en uno solo
y mayor, ha cambiado las estructuras y el funcionamiento, borrado fronteras y
suprimido barreras y trámites innecesarios, que complicaban las cosas hasta
extremos de irracionalidad absoluta. Los nuevos países surgidos de esas
asociaciones han concentrado energías, racionalizado la explotación de
recursos, la producción de todo tipo de bienes y, con ello, mejorado el nivel
de vida y bienestar de sus ciudadanos. Gracias a eso, la economía internacional
camina ahora por derroteros mucho más fáciles de recorrer para todos y, como
sabéis, no está permitido en absoluto que los beneficios obtenidos sobrepasen
los razonables límites fijados por el Organismo Económico Mundial para todos los Estados.
En el plano nacional, el ciudadano y las
empresas tienen acceso, bajo condiciones justas, a las necesidades que su
iniciativa privada pueda plantearles, ya que las básicas están cubiertas de
antemano. Las entidades financieras actuales les dan acceso a una financiación
RAZONABLEMENTE EQUILIBRADA.
Los TRUST y los antiguamente poderosos
grupos de presión, ya nada significan. Al racionalizarse el mercado por el
simple hecho de que el ciudadano no ambiciona más que lo necesario para una
vida digna, su influencia prácticamente desapareció, juntamente con el consumo
desenfrenado en algunas áreas del planeta, habiendo tenido que rectificar su
rumbo para convertirse en Empresas que
funcionan con criterios de racionalidad.
El hambre y la miseria extrema que
padecimos durante siglos en el pasado, se fueron paliando hasta desaparecer
casi por completo. Hoy todos los habitantes del planeta disfrutan, al menos, de
lo imprescindible. La AMBICIÓN IRRACIONAL ha sido dominada.
Tampoco nada queda ya, apenas si un
recuerdo, de la gran dictadura del DISIMULO, algo que todo lo impregnaba con su
nauseabundo hedor. Ya están lejos aquellos tiempos en los que la llamada “clase
política” embaucaba a los ciudadanos de su época con miles de artimañas
diferentes, entre las que destacaba el
hábito de hacer casi siempre lo contrario de lo que prometía o explicitaba en
discursos, mítines, reuniones internacionales y conferencias de prensa, para
ocultar la verdadera intención, que era casi siempre cumplir el vil pero
imperativo mandato recibido de los poderes financieros para favorecer, por
encima de todo, sus exclusivos intereses y los de su clase, en perjuicio, por
supuesto, de la gran masa social: trabajadores manuales, técnicos, diplomados,
licenciados, profesores, investigadores... sometida desde siempre a los caprichos y deseos de los
super-poderosos.
Ya nadie tiene hoy la tentación de utilizar
las “grandes palabras” que en los
pasados milenios fueron los mejores y más poderosos resortes para movilizar y
manipular a los ignorantes y mediocres que se consideran a sí mismos
ilustrados, tales como PATRIA, HONOR, RELIGIÓN, TRADICIÓN, DIOSES -en sus
numerosas variantes- REDISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA -que jamás llegaba- carecen hoy ya de sentido, al menos
del que se les impregnaba en aquellos tiempos, para enfervorizar o envenenar mentalmente a la
mayoría, a quienes se inculcaba por cualquier medio posible que aquellas
encerraban en su significado las mejores bondades para todos, cuando sabemos
hasta la saciedad las aviesas
intenciones de quienes las usaban, y las tremendas y trágicas consecuencias de
su utilización como simple pantalla para ocultar la inacción de los políticos y
poderosos, y mantener y perpetuar el retraso del verdadero avance social, que
no se ha producido hasta nuestro siglo, en el que tales supercherías han
quedado superadas y sepultadas.
¿Cuántos cientos de millones de seres
humanos se mataron entre sí sin ninguna válida justificación social, en guerras
y más guerras generadas por la AMBICION, que sembraban la devastación y la
miseria en el mundo para satisfacer los deseos y ambiciones de tiranos y
políticos super-ricos, y jerarcas religiosos de cualquier signo y sin
escrúpulos, durante los pasados milenios?
Ya nada de eso sucede, ni tiene posibilidad
de ocurrir. La MENTIRA, salvo las piadosas en caso de enfermedades, ha sido
desterrada.
El sistema educativo de los actuales
ciudadanos garantiza, en un altísimo porcentaje, que LA VERDAD sea la norma en
las relaciones humanas, evitando con ello la violencia que generaba la
frustración producida en las personas cuando se veían engañadas, que era lo
habitual.
El trabajo generalizado, clasificado conforme
a capacidades, y el apoyo a la iniciativa y creatividad positivas, debidamente
contrastadas, han hecho desaparecer lo que antes se llamaban “clases sociales”,
basadas casi únicamente en la posesión de bienes y riqueza y no en los méritos
personales y cualidades del individuo. Nadie tiene que fingir ni aparentar que
es lo que no es, simplemente por tener las necesidades básicas de una vida
digna suficientemente cubiertas.
Copyright: José A. González Sánchez
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